Detrás de la decapitación de las estatuas de Colón y fray Junípero Serra en los Estados Unidos, por ejemplo, hay una intención de debilitar el aporte hispánico en la historia de América y negar las responsabilidades de los anglosajones en el exterminio de los indios norteamericanos. Ahora resulta que quienes eliminaron a los Cherokee, a los Seminolas, o a los Apaches, fueron Colón y Fray Junípero, un hombre que se dedicó a ayudar a los indios.
Mientras tanto, nadie ha derribado las estatuas de Washington o Jefferson, que eran grandes propietarios de esclavos, ni de Andrew Jackson, por ejemplo, responsable directo de la masacre de miles de indios y el desplazamiento de tres naciones indígenas hacia el oeste, donde después fueron aniquiladas en parte por el famoso Séptimo de Caballería y, en otra parte, por los colonos anglosajones.
Ahora muchos latinoamericanos dirán que eso no nos importa, porque nosotros no somos españoles, pero resulta que para bien o para mal nuestra sangre y nuestra cultura son, por lo menos en parte, españolas y al debilitar nuestros símbolos se está diciendo otra vez que ellos son mejores que nosotros, que venimos de una larga historia de salvajismo. Pero lo paradójico es que sin haber sido la historia así, nosotros colaboramos en la difusión de esta idea supremacista.
Resulta, por ejemplo, que en comparación con otros procesos coloniales y de conquista, aún posteriores, la conquista y colonia española fue mucho más humanitaria, condenó la esclavitud de la población nativa y patrocinó el mestizaje. Por supuesto que esto no quiere decir que los conquistadores españoles estén libres de pecado.
Claro que hubo injusticias y muchas, pero es un hecho que en la América española nunca hubo una política de exterminio de la población indígena, como si la hubo en Estados Unidos y en Argentina, por ejemplo. Eso es un hecho, como también lo fue que la corona española no solo permitió sino patrocinó los matrimonios interraciales desde el principio del siglo XVI, mientras que en Estados Unidos, para seguir con la comparación, solo fueron permitidos hasta 1967. También es un hecho, que el monopolio del comercio de esclavos africanos lo tuvieron Inglaterra, Holanda y Portugal. España compró y eso también es malo, pero no es lo mismo y ese es el punto.
Una y otra vez se repite que no se puede evaluar la historia con la óptica y los valores del presente, pero como se sigue haciendo, vale la pena establecer las diferencias aún en las crueldades y torpezas, porque no hemos sido ni somos más salvajes que los otros, es más, nuestra historia tiene también luces y hazañas de humanidad, heroísmo y coraje, así la moda ahora sea afirmar que todo ha sido malo. Por último, quiero decir que no, no me gusta que hayan derribado la estatua de Belalcazar, ni estoy con quienes proponen tumbar la de Jiménez de Quesada y la de Pedro de Heredia.
Y no es por Belalcazar, ni por Jiménez de Quesada ni por Heredia, sino porque no creo que ellos se representen a ellos mismos, sino a un periodo de nuestra historia que nos constituye y es fundamental para entendernos, valorarnos y aceptarnos. Por eso en lugar de tumbar esas estatuas, más bien propondría hacer otras de indios y de negros, que dieran fe de lo que también somos.
En el mismo orden de ideas, tampoco estoy de acuerdo con los que asimilan a los conquistadores con los paramilitares o los fascistas de hoy. Tampoco lo estoy con quienes aseguran que hay un hilo ininterrumpido de despojo que atraviesa nuestra historia de principio a fin, y que Rodrigo de Bastidas es igual que Jorge 40 o que Gustavo Petro es heredero de las luchas de la Cacica Gaitana. Nuestra historia, como las historias de la mayoría de los países, tiene elementos comunes en tanto los seres humanos de todas las épocas compartimos las mismas pasiones, sin embargo hay particularidades determinantes que hacen que Bolívar (o Jefferson o Washington) no pueda ser evaluado como racista, a pesar de haber sido un propietario de esclavos.
Finalmente, pienso que flaco favor se le hace a las reivindicaciones justas de una cultura o un pueblo, cuando se meten en el mismo talego las protestas contra el asesinato de los líderes sociales y la tumbada de la estatua de Belalcázar, lo primero es una exigencia justa y concreta que en caso de ser oída, nos encamina hacia un futuro de paz y progreso, lo segundo es un acto un poco infantil, que contribuye a la confusión, al complejo de inferioridad y a la perpetuación de la violencia.