Search
Close this search box.

Hombres de polvo, sudor y sangre

Al principio había hombres del papel, hombres de la furia, hombres del sudor, hombres del campo —que eran dominados por los parásitos de la tierra—, y hombres del polvo, que eran muy recientes.
Ilustración

Los hombres del polvo volaban en avionetas o en camionetas y eran rápidos para disparar. Sus motivaciones eran el dinero verde, las piscinas, los caballos y las cosas brillantes, como las joyas y los pisos y paredes de cerámica blanca. No obstante, por una obvia razón, al contacto con ellos esas cosas inmediatamente se opacaban y hasta lo más espléndido adquiría un halo sórdido de polución y ordinariez.

Ahora, a pesar de su afición al brillo y al dinero verde existía algo que les producía todavía mayor adicción. ¡La sangre! Las crónicas del país cuentan que su líder se embriagó tanto con ella, que quiso convertir lo que apenas eran ríos de dolor en un auténtico océano sanguinolento que lo cubriera todo. Pero a pesar de que hizo su mejor esfuerzo no le alcanzó, porque el polvo, aunque tenaz, aún no era lo suficientemente poderoso como para vencer a todas las escobas. Sin embargo, la inundación que produjo hizo que el nivel de sangre creciera tanto, que llegó hasta la terraza donde se escondía y lo ahogó. 

Con la desaparición de su líder los hombres de polvo parecían destinados a extinguirse. Pero eso era una ingenuidad, pues no hay nada más persistente y engañoso que el polvo. Cualquier ama de casa sabe que cuando se piensa que ya se le ha vencido, es decir, extraditado a la caneca, de golpe aparece debajo de los libros, en los marcos de las ventanas o colándose bajo las hendijas de las puertas.

En efecto, los hombres de polvo, aunque amenazados, sabían de sus habilidades de modo que decidieron esconderse o mutar, mientras esperaban para levantar de nuevo la cabeza en el momento menos pensado. Pero mientras esperaban no se quedaron quietos, es más, aún camuflados seguían viajando y disparando mientras engendraban, entre todos, su mayor creación: El Hombre de Sangre.

El mejor atributo del Hombre de Sangre era que superficialmente parecía un hombre de papel. Los hombres de papel eran quienes habían gobernado el país durante la mayor parte de su existencia. Su característica más distintiva era que sabían conjugar los verbos oralmente y fijarlos en hojas de papel por escrito. Ahora, también tenían otras cualidades como conocer la ley y utilizarla para hacer contratos con otros hombres de papel.

En su apariencia todos eran bastante parecidos, pues su color generalmente era de un amarillo “pintadito”, algo más claro que el café oscuro del resto del país. Además, usaban un uniforme similar con un traje y corbata, a menos que se encontrasen en el Festival Vallenato, evento en el que utilizaban una monótona guayabera blanca que a los veinte minutos quedaba totalmente ajada de sudor. Los hombres de papel que tenían pelo llevaban un corte conservador, que a veces adornaban tiñéndose las patillas de gris o blanco dependiendo de su color preferido de corbata.

Aquí cabe anotar que uno de los mayores problemas del líder de los hombres de polvo, había sido su incapacidad de camuflarse con los hombres de papel, pues aunque lo intentó en numerosas ocasiones invariablemente fracasó, porque cuando no se le salía un verbo mal conjugado, se le veía una corbata mal combinada que arruinaba sus deseos.

El Hombre de Sangre, en cambio, únicamente cometía dichos errores tan comunes en sus familiares los hombres de polvo excepcionalmente, por eso ellos lo admiraban. Claro, aparte de que también era tan presto para disparar y para volar en su polvorienta avioneta como cualquiera de ellos.

En definitiva, los objetivos que tenían los hombres de polvo con la creación del Hombre de Sangre eran resurgir y, de paso, alimentarse de grandes cantidades de sangre, y ambas cosas las lograrían al cabo del tiempo con su magnífico engendro.

El Hombre de Sangre creció en su entorno prácticamente desapercibido hasta que alcanzó su mayoría de edad. En ese momento se trasladó a la ciudad de los hombres de papel y logró ser admitido por ellos, que lo consideraban como uno de su especie, pero algo más fuerte. Alguien capaz de derrotar a los hombres de la furia.

Como los hombres de polvo, los hombres de la furia amaban la sangre. No obstante, había cosas que los diferenciaban, pues los hombres de polvo amaban la sangre en general, mejor dicho, eran como más democráticos en eso, mientras que los de la furia preferían la de sus rivales. Por otro lado, los hombres de la furia también ambicionaban la tierra, que proponían repartir entre los hombres del campo, quienes estaban dominados por los parásitos de la tierra.

En otras palabras, los parásitos de la tierra eran los que la poseían y esto los convertía en los principales enemigos de los hombres de la furia, mientras que los hombres del campo eran sus supuestos aliados. Sin embargo, la afición de los hombres de la furia por la sangre y su alianza con algunos hombres de polvo, llevó a la postre a que este grupo también perdiera el apoyo de muchos hombres del campo.

Como su nombre lo indica, los parásitos de la tierra eran una especie de hombres degradados que vivían del trabajo de otros. Gracias a que mediante diversos ardides se habían hecho adjudicar inmensos terrenos en los que generalmente ponían vacas, estos especímenes tenían recursos inmensos para influir en los hombres de papel.

Por otro lado, en una época no muy remota, cuando los hombres de polvo medraron y buscaron actividades donde pudieran camuflar su dinero verde, encontraron que la mejor forma para hacerlo era sembrarlo en la tierra, pues ahí se podían hacer piscinas, tener caballos y construir mansiones de pisos y paredes resplandecientes sin trabajar mucho y sin siquiera pagar impuestos.

Entonces muchos de ellos adquirieron la doble naturaleza de hombres de polvo y parásitos de la tierra, doble condición bajo la cual la mayoría hicieron alianza con los parásitos de la tierra tradicionales, quienes los vincularon con los hombres de papel, siempre deseosos de ir paseo a una finca de tierra caliente donde se pudiera montar a caballo, flotar en la piscina y escuchar vallenatos.

Para conservar estos privilegios, los nuevos parásitos de la tierra configuraron ejércitos de hombres de plomo para defenderse de los hombres de la furia y de cualquier amago de rebeldía de los hombres de campo.

Por ser el máximo grado de evolución del hombre de polvo, el Hombre de Sangre naturalmente también era un parásito de la tierra. El Hombre de Sangre además necesitaba la tierra para sobrevivir, pues ese era uno de los pocos lugares donde podía paliar su sed natural de sangre —sin revelar su naturaleza— a través del sacrificio de animales y de uno que otro hombre del campo, a quien él o sus amigos de polvo y tierra, juzgaban aliado de los hombres de la furia que, como ya se dijo, buscaban disputarles la propiedad de los eriales del país. Vale decir que estos últimos, es decir, los hombres de la furia también querían derribar a los hombres de papel para ponerse ellos mismos al mando del país.

Para eso contaban con la colaboración de los hombres de las lágrimas, que estaban encargados de convencer a todo el mundo de que ni el país ni ellos mismos valían nada, porque todo lo que había sucedido acá desde hacía cinco siglos, cuando se había producido el choque y el encuentro entre los hombres de acero y los hombres de maíz, era una completa porquería. 

La necesidad de vencer a los hombres de furia hizo que en un momento el Hombre de Sangre se convirtiera en la mejor opción de los hombres de papel y de los parásitos de la tierra, detrás de los cuales venían camuflados los hombres de polvo. Entonces, como todos se sentían representados en él y lo veían como su salvador se unieron y lo eligieron para gobernar el país sin que prácticamente nadie supiera quien era realmente. El único que algo intuía era un hombre de sudor, que se desempeñaba como oráculo en la pantalla de televisión.

Los hombres de sudor eran la mayoría del país. Su anhelo era que los dejaran vivir en paz y sus obsesiones eran el trabajo y el circo. A los hombres de sudor les gustaba tanto el trabajo, que los demás hombres los manipulaban quitándoselo o dándoselo según sus intereses. A los hombres de sudor también les gustaba tanto el circo, que preferían aguantar la injusticia a que les quitaran los payasos de la rumba o el fútbol.

Los hombres de sudor eran astutos. Si se detenían un momento a reflexionar encontraban rápidamente la esencia de las cosas, pero su problema era que también eran sentimentales, además de algo cobardes y perezosos para pensar. Pues bien, el oráculo era un hombre de sudor que no había dejado de ser sentimental y por eso soñaba con un país hermoso donde cupieran en igualdad de género todos los hombres y las mujeres, que en ese entonces también eran de papel, polvo, furia, lágrimas, sudor y campo… aunque también algunas eran de plástico, que eran una involución de las mujeres de papel. No obstante, esto último no era problema para el oráculo al que le gustaban mucho.

Es que el hombre era bien sentimental, como todos sus iguales de sudor, pero a diferencia de ellos ya no era cobarde y eso lo hacia especial. Gracias a su valor pudo anticipar con claridad las amenazas para su sueño y descubrir cómo era realmente el Hombre de Sangre. Al darse cuenta intentó desenmascararlo. Pero todos prefirieron creer que se trataba de un chiste. Lo hicieron así porque, en primer lugar, nadie quería oír y en segundo, porque todos los oráculos del país padecían de la maldición de Casandra.

Poco tiempo después de que se produjeran los avisos no escuchados del oráculo, los hombres de polvo lo mataron, y el Hombre de Sangre tuvo el camino libre para seducir a los hombres de sudor prometiéndoles trabajar y trabajar. El Hombre de Sangre entonces reunió a la inmensa mayoría de hombres del reino. Los únicos que se le seguían oponiendo eran los hombres de furia y algunos hombres del campo, que fueron rápidamente silenciados, mientras los hombres de furia se replegaban en las montañas.

Los hombres de papel estaban contentos porque la amenaza que sobre ellos tenían los hombres de furia parecía haber sido aplacada. Los parásitos de la tierra estaban dichosos porque podían volver a sus fincas sin riesgos de caer en pescas milagrosas. Los hombres de sudor estaban tranquilos porque pensaban que por fin los iban a dejar en paz e iban a poder trabajar y rumbear.

Pero los más satisfechos eran los hombres de polvo, cuyos hijos, hermanos menores y primos estaban logrando lo que ellos no habían podido hacer, que era ser invitados a las fiestas, conquistar a las mujeres de papel y de plástico y volverse senadores o ministros.

No obstante, el Hombre de Sangre no estaba satisfecho. En su interior tenía miedo de ser descubierto y en lo profundo deseaba que la sangre no cesara porque la necesitaba. Esta dualidad entre el temor a ser descubierto y la necesidad de proveerse de su alimento natural, lo llevó a chuzar, herir y bombardear mientras que sus seguidores consciente o inconscientemente le ofrecían sacrificios para calmarlo.

Lo cierto es que había algo de Moloc en este hombre singular que no se hartaba con cualquier tipo de sangre, sino que prefería la sangre inocente. Por eso sus adoradores le ofrecieron la sangre de seis mil cuatrocientos dos niños de sudor y de campo, que como no estaban recogiendo café sino viendo pasar la vida, fueron sacrificados.

Este sacrificio permitió que el Hombre de Sangre permitiese que un hombre de papel lo sustituyese por un tiempo. Mientras aquel hombre de papel lo siguiera proveyendo de su elemento, el Hombre de Sangre aceptaría actuar tras bambalinas.

Pero sucedió algo impensado, pues aquel hombre de papel hizo un pacto con los hombres de la furia para que no siguieran muriendo hombres de campo, de sudor, de plomo y de furia. Milagrosamente, los hombres de furia aceptaron abstenerse de su sed de sangre a cambio de unas curules en el Congreso, una reescritura de la verdad, y una reorganización de la propiedad de la tierra que permitiese saber cuál pertenecía a los parásitos y cuanta podría ser repartida entre los hombres de campo.

Inicialmente, nadie creyó que eso molestara al Hombre de Sangre, puesto que lo que se ofrecía a los hombres de furia no era mucho a cambio de lo que se ganaría en cantidad de vidas de hombres de diferentes tipos, que por lo menos teóricamente valían más que las otras cosas.  Es que a pesar de los antecedentes y de que cada vez aparecían más indicios acerca de la verdadera naturaleza del Hombre de Sangre, la mayoría de la gente aún pensaba que se trataba de un hombre fuerte de papel o de un parásito de la tierra. Alguien que al ver que no le tocaban sus intereses, aceptaría el pacto. Sin embargo, no fue así.

La verdadera naturaleza del Hombre de Sangre se comenzó a revelar. Él necesitaba que los ríos que trasportaban su líquido y lo alimentaban no cesasen y entonces se empecinó en hacer trizas el pacto. La vanguardia de sus fuerzas obviamente fueron los hombres de polvo, que era con quienes compartía más cosas. Fue así como los hombres de polvo, fuesen o no parásitos de la tierra, pusieron sus arsenales y su capacidad de volar al servicio de eso que a su jefe le gustaba tanto.

Los parásitos de la tierra, que todavía no eran hombres de polvo, pero seguían siendo parásitos, temerosos de que la tierra que tanto tiempo les había salido gratis les costara algo, pronto se les sumaron. Algunos hombres de papel, que preferían las alianzas con los hombres de polvo y los parásitos de la tierra, que igualarse con los hombres de campo o de sudor, también optaron por la sangre. Muchos hombres de sudor y de campo, que no habían entendido lo insignificantes que eran para el Hombre de Sangre, igualmente mordieron la carnada del resentimiento contra los hombres de furia y se sumaron a las huestes de los sangrientos.

Finalmente, un sin número de mujeres de papel y de plástico se convirtieron en las más feroces enemigas del pacto. Entre las de papel, había unas que también eran parásitas de la tierra, y quizás por eso rugían y tiraban lava como volcanes cuando alguien tocaba su privilegio. Mientras tanto, las de plástico, que confundían una aparente pulcritud con la belleza madura, era capaces de exigir un asesinato con tal de que una mujer de sudor o un hombre de campo no pudiera motilarse en su mismo salón de belleza o almorzar junto a ellas en los restaurantes de su predilección.

La verdad es que el mundo para estas mujeres era una serie de cajitas en las que cada uno debía mantenerse en su hábitat natural: los del sótano en el sótano, los de Transmilenio en Transmilenio, los del club en el club, los del closet dentro del closet y pare de contar, pues cualquiera que alterase ese orden sería un vándalo.

Pero ni todo ese arsenal hubiese bastado para convertir al país en un océano de sangre —como quería el hombre de polvo primigenio— si el Hombre de Sangre no hubiera encontrado un hombre mono con habilidades especiales. Como todos los hombres monos capaces de hacer monerías, este era capaz de ganarse aplausos por hacer rebotar un balón en la cabeza o tocar un instrumento.

Esto era notable, pero no era lo único, pues el Hombre Mono también era capaz de repetir sentencias en dos idiomas con evidente vanidad, como si fuera un mono-loro. Cierto, las frases podrían no ser muy originales y el Hombre mono-loro era mucho mejor hablando que oyendo, pero las decía correctamente y con fluidez no carente de histrionismo. Ahora bien, lo que definitivamente hizo que el Hombre Mono conquistara al Hombre de Sangre, al punto de nombrarlo su sucesor, fue su obediencia.

El Hombre Mono era capaz de ejecutar cualquier orden, siempre y cuando esta fuera breve y concreta: “cague, mee, mate, mienta, cante”. El Hombre Mono era tan obediente que iba más allá del deber —porque también usaba “la armadura de cristal del orgullo”— y por esto hacía las cosas que quería el Hombre de Sangre aún antes de que este lo llamase. Bastaba con que pusiera un tweeter con una orden breve para que el Hombre Mono y su cuadrilla —porque pues obviamente, el Mono contrató a todos los monos con que había compartido circo y amaestradores—   se pusiesen en acción: “¡Caguen, meen, maten, mientan, canten!” Gritaba el Hombre de Sangre y los monos cagaban, meaban, mataban, mentían y cantaban.

Y así estaban cagando, meando, matando, mintiendo y cantando, felices en medio de una epidemia, porque ese era el orden de las cosas, cuando de repente una multitud de niños de sudor y de campo, que habían visto a sus padres marchitarse a morir, decidieron alzar la voz y exigir que el país fuera más generoso y mejor.

Más le valía haberse quedado callados, hasta morir de sed de justicia o de asfixia por Covid, porque el Hombre de Sangre al sentirse atacado, reveló por fin su verdadera naturaleza y desde su feudo inexpugnable comenzó a exigir sangre, sangre, sangre. Y su deseo resultó más contagioso que la epidemia, y los hombres de polvo, y el Mono y su cuadrilla, y las mujeres de plástico, y los parásitos y las parásitas de la tierra, rugieron.

Y para darle gusto salieron a sacar ojos, a quebrar huesos, a embestir cuerpos, a culpar a un hombre de lágrimas que era el que más se quejaba, y a dispararle a indios, que se salían de su hábitat natural, y mientras corría la sangre de los pelados de sudor, les gritaban vándalos por haber destruido su propia estación de Transmilenio, que era un símbolo de su vida apeñuscada y sin esperanza. Y mientras cargaban bandejas de ira con copas desbordantes de palabras untadas de sangre, gritaban “orden y autoridad, orden y autoridad”. Y mientras exigían así más democracia sin pueblo y se quejaban de estar secuestrados en sus mansiones, justificaban las ejecuciones de decenas de niños cuyos cuerpos exangües —porque los vampiros ya los habían exprimido— flotaban por todos los ríos en dirección al océano sanguinario, donde el Hombre de Sangre por fin mostraba su verdadera cara.

Era esta la de un hombre descompuesto y brotado, un hombre lleno de pústulas moradas. Un hombre totalmente embriagado y enloquecido de rabia, que desde la cima de su caballo, intentaba sin conseguirlo limpiarse con su poncho la sangre que le chorreaba de los ijares, mientras gritaba como aquel rey loco de la serie de televisión “¡Mátenlos a todos, mátenlos a todos!”

Compartir

Recomendados

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *