Para perder solo se necesita cerrar los ojos: Argentina en el Mundial 2022

"Cierren los ojos e imagínense, si nos hubiera tocado perder el partido, el dolor que estaríamos sintiendo en este momento", decía Marcelo Gallardo después de ganar la final en el Bernabéu. Cuatro años más tarde en el Mundial árabe, esas palabras adquieren mayor fuerza y no se limitan únicamente al contexto River-Boca, sino a toda la Argentina.
arebtina campeón 2022

“Cierren los ojos e imagínense, si nos hubiera tocado perder el partido, el dolor que estaríamos sintiendo en este momento”, decía Marcelo Gallardo después de ganar la final en el Bernabéu. Cuatro años más tarde en el Mundial árabe, esas palabras adquieren mayor fuerza y no se limitan únicamente al contexto River-Boca, sino a toda la Argentina.

La albiceleste llegaba al Mundial sin algunos de sus jugadores clave con los que fue campeón de América. La FIFA había planeado un calendario muy apretado que hizo que grandes jugadores se perdieran la Copa del Mundo, como en el caso de Mané y Benzema (que quizás hubiera hecho mucho daño en la final, gracias a Dios no estuvo, pero no nos adelantemos). De los argentinos se ausentaron Lo Celso, Correa y González. Casi se lo pierde Di María por una lesión, la mitad del planeta rezaba para que dieran descanso a Messi en el PSG, no fuera a suceder una calamidad. Sin embargo todo fue bien y Argentina traía un invicto en todas las competiciones.

Su primer partido fue contra Arabia Saudita, un “fácil” rival, por lo que se creía que ganaría sin problemas el partido la Scaloneta. Sin embargo, como dice el proverbio, no hay enemigo pequeño, y esta fue la ley del Mundial de Qatar. Con una defensa enjundiosa de los árabes y un VAR protagonista, Argentina perdió. Empezó ganando, pero creyeron que con la camiseta iba a ser suficiente. Cuando el balón golpeado por Al-Dasari dio en la red del Divu, un país se vino abajo.

En el banco cerraban los ojos Aimar y Samuel, «Otra vez la misma vaina», seguramente pensaban. 20 años antes, en otro Mundial asiático, ellos de la mano de Bielsa habían llegado con una gran selección, clasificando de primeros con amplia mayoría y siendo favoritos.

Pero el destino tenía otro plan. La selección frenética de Bielsa saldría en fase de grupos y de ellos fue la derrota. Aimar y Samuel habían jugado esos tres condenados partidos, y ahora como asistentes técnicos veían el fracaso al cerrar los ojos. El partido acabó y venían dos por delante que definían la continuidad de la selección. Cuando vino México y Polonia, Samuel y Aimar abrieron los ojos. La selección les abrió los ojos, la selección les hizo creer.

Messi rompió el arco desde fuera del área y desde el punto penal, pues la gigantesca sombra de este 10 había crecido admirando la sombra del de River. La centrales Otamendi, Romero y Martínez lucharon con el cuchillo entre los dientes, como en Boca cuando jugaban Bermúdez y Walter. Con seis puntos en el bolsillo Argentina pasó primero y se enfrentaría a Australia en octavos.

El trámite fue sencillo, hubo una pequeña sorpresa, pero nada del otro mundo. La verdadera paridera sería contra Holanda, Holanda y el cachondeo. 1974, 1978, 1998, 2014 y ahora 2022. Van Gaal y el odio a los latinos, las banqueadas a Riquelme, a Falcao y a Di María. La lengua larga del “siempre negativo, nunca positivo”, hizo enfadar a Messi. El partido empezó.

Hay que recalcar que Holanda pasó siendo el peor del grupo después de Qatar. En su grupo sin juego ganó a Senegal con dos jugadas aisladas, empató con Ecuador siendo superado y quitándole un gol lícito, y ganó con Qatar que perdió con todos. Octavos lo jugó bien, pero al recibir a Argentina en cuartos se vio al mismo equipo sin ideas ni juego.

La albiceleste dio un recital y en el minuto 73 estaba ganando 2-0. Pero el zorro Van Gaal puso jugadores de metro noventa y Lionel Scaloni sacó a uno de sus centrales de mejor partido: Romero. En el 83 y en el 90+11 uno de esos trolls holandeses empató de pelota parada y se fueron al alargue. El ratón Ayala apretaba los ojos en el banco, «No puede ser», seguramente pensaba. 24 años antes, en otro partido caliente contra Holanda habían empezado ganando, mas siendo superiores les empataron. El crack Ariel Ortega en modo recontra burro, se hizo echar después de que le habían cometido una falta e inmediatamente después vino el gol.

Cómo recordaba ese gol Ayala. «Debí aguantarlo en la banda y no tirármele como un loco, o patearla antes de que me saque». Ahora podrían ganar los holandeses, tal y como a él y a su selección le habían ganado. Cerraba los ojos y veía la derrota. Pero Van Gaal, no se atrevía a dar el hachazo. No por clemencia, sino por miedo, miedo a lo latino que es en el fondo la razón de su odio. Entonces el ratón abrió los ojos y vio al Dibu atajar uno, dos penales; abrió los ojos y vio a Lautaro meter el gol. El grito divino y a semis, no con el maravilloso Brasil, sino con la suertuda Croacia.

Antes del partido se habló mucho en contra de Argentina. Que guaches, que irrespetuosos, que porque Argentina no tenía jugadores negros, que Croacia le metiera cuatro y sino que Francia le metiera seis, que Croacia jugara más bien con el uniforme de la ONU, que no esta bien cantarle al caído, que a Messi no le quedaba bien dárselas de Maradona, que no se cuentas y que sí se más; mejor dicho Argentina enemigo número uno del mundo. Sin embargo los hinchas conocían la verdad y no comían cuento. Las acusaciones de la prensa internacional y eurocéntrica ya saben a cacho.

Las letras de los periódicos no son más que la gordita que saca al pelusa de la cancha en el 94, y sus palabras hipócritas son menos poderosas que el “me cortaron las piernas” del 10. Todo ese ruido de los chiflidos al himno, como en el 90, no hacen más que fortalecer y dar pie a la ira justificada, que les produce miedo, el miedo de saber que desde el cielo, Maradona los sigue puteando. Y cuando llegó Croacia, le cayó encima todo su poder: 3-0 marcó el marcador tras los 90. La albiceleste iba a la final.

Francia, campeón en el 2018, Kyliam Mbape figura estelar. Un equipo que le apostaba más a la contundencia que al dominio. En esta ocasión sin Benzema, sin Pogba, sin Kanté. Semifinales con la heroica Marruecos, que había vencido a España en octavos y a Portugal en cuartos, es decir, reprodujeron la epopeya del Califato de Al-Ándalus. Francia ganó apelando a los errores de una defensa casi inquebrantable, reproduciendo la Batalla de Poitiers entre Carlos Martel y Abderramán I. Sin irse más a la historia, Argentina se enfrentaría a Francia en la final del 18 de Diciembre.

Angelito jugaría el partido, llevaban cuidándolo desde octavos para este día, para la final. Angelito, que tiene estrella, Angelito que en todas las finales responde y mete. En esta final no sería distinto. Minuto 23, Di María gambetea a uno dentro del área y la rodilla del defensa le impacta en su muslo haciéndolo caer. ¡PIIIIIII! Suena el pitido: hay penal, es decir, hubo gol de Messi. Argentina juega, juega y juega. Francia no ve el balón, no lo toca; la defensa muerde, el medio campo cachetea y danza, el ataque se desliza con claridad con paredes y sin Paredes.

Y cómo juega Enzo; ¿ McAllister qué?, cómo protege el balón, qué garra; ¿De Paul?, juega mucho, pero de vez en cuando debería pegarle al arco; Taglia y Julián, ¡unos berracos! Y así jugando al son de la Mosca vino el segundo gol que es de Ángel, pero es un gol de todos. Sin darnos cuenta se acaba el primer tiempo. Deschamps hace su jugada, mete a su pandilla de atletas olímpicos para ganar en velocidad. Scaloni saca a Angelito por Acuña, de gran Mundial; pero ese no era el cambio que tenía que hacer. Desde el minuto 70 De Paul no puede correr y Mbappe está desenfrenado.

Otamendi es víctima de la falta de apoyo en la banda y es culpable de su único error en el Mundial. ¡PIIIIIII! Suena el pitido: hay penal, es decir, hubo gol de Mbappe. Un minuto después el francés vuelve a meter gol. El Divu casi saca ambas, pero la máquina le pega como un teledirigido. En el banco Angelito cierra los ojos, «La concha de tu madre».

8 años atrás en el banco de suplentes Di María no pudo jugar la final contra Alemania y desde ahí estuvo condenado a ver como su equipo perdía en el alargue. Ahora sucedía lo mismo y apretaba con fuerza los parpados. Pero Argentina resiste milagrosamente el torbellino y llega el alargue. Scaloni hace cambios y el equipo vuelve a coger fuerza. Cuándo Ángel abre los ojos entre Lautaro y Messi se hacen un golazo. ¡Vamos! ¡Vamos carajo! ¡Gloria! ¡Aleluya! Alel… ¡PIIIIIII! Suena el pitido: mano de Montiel, hay penal, es decir, hubo gol de Mbappe.

Se termina el alargue, hay tiros desde el punto penal. Francia tira primero, va la máquina. El Dibu cierra los ojos, recuerda que hace más de un año Mbappe dijo injustamente que el fútbol latinoamericano estaba por debajo del europeo y él salió a defenderlo «Bolivia en La Paz, Ecuador con 30 grados, Colombia que no podés ni respirar. Ellos juegan siempre en canchas perfectas, mojaditas, y no saben lo que es Sudamérica».

Abre rápidamente los ojos, la máquina patea, el Dibu toca el balón, pero el teledirigido no para. Messi es el siguiente. En la larga caminata cierra los ojos. Por su cabeza pasan los las finales perdidas, el llanto, Alemania, Chile dos veces, los Messi pechofrío, los juega mejor en Barcelona, la linchada al equipo de Sabella, su voz al decir «Me retiro de la selección»… Pero una imagen le hace abrir los ojos, un niño al que le preguntan:

– ¿Cuál es tu mayor sueño?

– Mi sueño es jugar el Mundial.

Abre los ojos frente a la bola y golpea. Golpea como deseando meter esos penales importantes que erró y que no lo dejaron ser en totalidad. Pero aún no acaba el partido. El Dibu con los ojos bien abiertos mira a Coman, y decide que lo va a atajar, porque así lo quiere el destino y porque así lo quiere él. Argentina con ventaja, sigue Dybala.

Al cerrar los ojos se ve en rueda de prensa hace unos años «Es que jugar con Messi es difícil», esas lesiones que lo alejaban de la selección, de la hinchada, de ayudar con su fútbol. Pero no importa él también abre los ojos, y se da cuenta de que tiene una responsabilidad, de que el equipo lo respalda y de que la grada lo necesita.

Con descaro, porque es Paulo, le pega al centro rastrero y entra. El Dibu mantiene su mirada firme, tanto que intimida Tchoumeni que era el siguiente en patear. Entraba con cara de sobrado al área, pero el gol lo erró. Paredes con los ojos cerrados recorre el camino al Mundial y lo único que le muestran sus parpados es a Di María corriendo después de hacer un gol a Brasil. Ahora otra copa los espera. Con fuerza patea y entra. El próximo es Kolo Muani para Francia, el Dibu le ha atajado al minuto 120 con la pierna, y ahora quiere venganza, cobra con decisión arriba duro y es gol.

El último penal es para Montiel. Todo o nada, Argentina campeón, u otros dos penales. La hinchada cierra los ojos, Montiel hizo el último penal, le quitaron un gol en la libertadores 2020, perdió la titular con Molina en la selección; todo indica dos penales más. Pero Montiel no cierra los ojos. Se aferra a su mirada para confrontar el destino, ese destino tan esquivo a grandes generaciones, ese destino tan triste, tan sufrido, tan doloroso.

Empieza la carrera, cada uno de sus pasos mueven los corazones en círculos y espírales, aterra que no haya cerrado los ojos, se pregunta porqué no le pega primero Lautaro, hay preocupación, van a reventar, levan súplicas y rezos… y Montiel le pega. Solo en ese momento cierra los ojos y recuerda la voz de su técnico hace cuatro años; «Cierren los ojos e imagínense, la vida te pone a prueba, si nos hubiera tocado perder el partido, el dolor que estaríamos sintiendo en este momento. Ahora abran los ojos y vean a su alrededor, vean, vibren y sientan en su corazón que ganamos la final más hermosa del mundo».

“Cierren los ojos e imagínense, si nos hubiera tocado perder el partido, el dolor que estaríamos sintiendo en este momento”, decía Marcelo Gallardo después de ganar la final en el Bernabéu. Cuatro años más tarde en el Mundial árabe, esas palabras adquieren mayor fuerza y no se limitan únicamente al contexto River-Boca, sino a toda la Argentina.

La albiceleste llegaba al Mundial sin algunos de sus jugadores clave con los que fue campeón de América. La FIFA había planeado un calendario muy apretado que hizo que grandes jugadores se perdieran la Copa del Mundo, como en el caso de Mané y Benzema (que quizás hubiera hecho mucho daño en la final, gracias a Dios no estuvo, pero no nos adelantemos).

De los argentinos se ausentaron Lo Celso, Correa y González. Casi se lo pierde Di María por una lesión, la mitad del planeta rezaba para que dieran descanso a Messi en el PSG, no fuera a suceder una calamidad. Sin embargo todo fue bien y Argentina traía un invicto en todas las competiciones.

Su primer partido fue contra Arabia Saudita, un “fácil” rival, por lo que se creía que ganaría sin problemas el partido la Scaloneta. Sin embargo, como dice el proverbio, no hay enemigo pequeño, y esta fue la ley del Mundial de Qatar. Con una defensa enjundiosa de los árabes y un VAR protagonista, Argentina perdió. Empezó ganando, pero creyeron que con la camiseta iba a ser suficiente. Cuando el balón golpeado por Al-Dasari dio en la red del Divu, un país se vino abajo.

En el banco cerraban los ojos Aimar y Samuel, «Otra vez la misma vaina», seguramente pensaban. 20 años antes, en otro Mundial asiático, ellos de la mano de Bielsa habían llegado con una gran selección, clasificando de primeros con amplia mayoría y siendo favoritos. Pero el destino tenía otro plan. La selección frenética de Bielsa saldría en fase de grupos y de ellos fue la derrota. Aimar y Samuel habían jugado esos tres condenados partidos, y ahora como asistentes técnicos veían el fracaso al cerrar los ojos. El partido acabó y venían dos por delante que definían la continuidad de la selección. Cuando vino México y Polonia, Samuel y Aimar abrieron los ojos.

La selección les abrió los ojos, la selección les hizo creer. Messi rompió el arco desde fuera del área y desde el punto penal, pues la gigantesca sombra de este 10 había crecido admirando la sombra del de River. La centrales Otamendi, Romero y Martínez lucharon con el cuchillo entre los dientes, como en Boca cuando jugaban Bermúdez y Walter. Con seis puntos en el bolsillo Argentina pasó primero y se enfrentaría a Australia en octavos.

El trámite fue sencillo, hubo una pequeña sorpresa, pero nada del otro mundo. La verdadera paridera sería contra Holanda, Holanda y el cachondeo. 1974, 1978, 1998, 2014 y ahora 2022. Van Gaal y el odio a los latinos, las banqueadas a Riquelme, a Falcao y a Di María. La lengua larga del “siempre negativo, nunca positivo”, hizo enfadar a Messi.

El partido empezó. Hay que recalcar que Holanda pasó siendo el peor del grupo después de Qatar. En su grupo sin juego ganó a Senegal con dos jugadas aisladas, empató con Ecuador siendo superado y quitándole un gol lícito, y ganó con Qatar que perdió con todos. Octavos lo jugó bien, pero al recibir a Argentina en cuartos se vio al mismo equipo sin ideas ni juego.

La albiceleste dio un recital y en el minuto 73 estaba ganando 2-0. Pero el zorro Van Gaal puso jugadores de metro noventa y Lionel Scaloni sacó a uno de sus centrales de mejor partido: Romero. En el 83 y en el 90+11 uno de esos trolls holandeses empató de pelota parada y se fueron al alargue. El ratón Ayala apretaba los ojos en el banco, «No puede ser», seguramente pensaba. 24 años antes, en otro partido caliente contra Holanda habían empezado ganando, mas siendo superiores les empataron.

El crack Ariel Ortega en modo recontra burro, se hizo echar después de que le habían cometido una falta e inmediatamente después vino el gol. Cómo recordaba ese gol Ayala. «Debí aguantarlo en la banda y no tirármele como un loco, o patearla antes de que me saque». Ahora podrían ganar los holandeses, tal y como a él y a su selección le habían ganado.

Cerraba los ojos y veía la derrota. Pero Van Gaal, no se atrevía a dar el hachazo. No por clemencia, sino por miedo, miedo a lo latino que es en el fondo la razón de su odio. Entonces el ratón abrió los ojos y vio al Dibu atajar uno, dos penales; abrió los ojos y vio a Lautaro meter el gol. El grito divino y a semis, no con el maravilloso Brasil, sino con la suertuda Croacia.

Antes del partido se habló mucho en contra de Argentina. Que guaches, que irrespetuosos, que porque Argentina no tenía jugadores negros, que Croacia le metiera cuatro y sino que Francia le metiera seis, que Croacia jugara más bien con el uniforme de la ONU, que no esta bien cantarle al caído, que a Messi no le quedaba bien dárselas de Maradona, que no se cuentas y que sí se más; mejor dicho Argentina enemigo número uno del mundo. Sin embargo los hinchas conocían la verdad y no comían cuento. Las acusaciones de la prensa internacional y eurocéntrica ya saben a cacho.

Las letras de los periódicos no son más que la gordita que saca al pelusa de la cancha en el 94, y sus palabras hipócritas son menos poderosas que el “me cortaron las piernas” del 10. Todo ese ruido de los chiflidos al himno, como en el 90, no hacen más que fortalecer y dar pie a la ira justificada, que les produce miedo, el miedo de saber que desde el cielo, Maradona los sigue puteando. Y cuando llegó Croacia, le cayó encima todo su poder: 3-0 marcó el marcador tras los 90. La albiceleste iba a la final.

Francia, campeón en el 2018, Kyliam Mbape figura estelar. Un equipo que le apostaba más a la contundencia que al dominio. En esta ocasión sin Benzema, sin Pogba, sin Kanté. Semifinales con la heroica Marruecos, que había vencido a España en octavos y a Portugal en cuartos, es decir, reprodujeron la epopeya del Califato de Al-Ándalus. Francia ganó apelando a los errores de una defensa casi inquebrantable, reproduciendo la Batalla de Poitiers entre Carlos Martel y Abderramán I. Sin irse más a la historia, Argentina se enfrentaría a Francia en la final del 18 de Diciembre.

Angelito jugaría el partido, llevaban cuidándolo desde octavos para este día, para la final. Angelito, que tiene estrella, Angelito que en todas las finales responde y mete. En esta final no sería distinto. Minuto 23, Di María gambetea a uno dentro del área y la rodilla del defensa le impacta en su muslo haciéndolo caer. ¡PIIIIIII! Suena el pitido: hay penal, es decir, hubo gol de Messi. Argentina juega, juega y juega. Francia no ve el balón, no lo toca; la defensa muerde, el medio campo cachetea y danza, el ataque se desliza con claridad con paredes y sin Paredes. Y cómo juega Enzo; ¿ McAllister qué?, cómo protege el balón, qué garra; ¿De Paul?, juega mucho, pero de vez en cuando debería pegarle al arco; Taglia y Julián, ¡unos berracos!

Y así jugando al son de la Mosca vino el segundo gol que es de Ángel, pero es un gol de todos. Sin darnos cuenta se acaba el primer tiempo. Deschamps hace su jugada, mete a su pandilla de atletas olímpicos para ganar en velocidad. Scaloni saca a Angelito por Acuña, de gran Mundial; pero ese no era el cambio que tenía que hacer. Desde el minuto 70 De Paul no puede correr y Mbappe está desenfrenado. Otamendi es víctima de la falta de apoyo en la banda y es culpable de su único error en el Mundial. ¡PIIIIIII! Suena el pitido: hay penal, es decir, hubo gol de Mbappe.

Un minuto después el francés vuelve a meter gol. El Divu casi saca ambas, pero la máquina le pega como un teledirigido. En el banco Angelito cierra los ojos, «La concha de tu madre». 8 años atrás en el banco de suplentes Di María no pudo jugar la final contra Alemania y desde ahí estuvo condenado a ver como su equipo perdía en el alargue. Ahora sucedía lo mismo y apretaba con fuerza los parpados. Pero Argentina resiste milagrosamente el torbellino y llega el alargue.

Scaloni hace cambios y el equipo vuelve a coger fuerza. Cuándo Ángel abre los ojos entre Lautaro y Messi se hacen un golazo. ¡Vamos! ¡Vamos carajo! ¡Gloria! ¡Aleluya! Alel… ¡PIIIIIII! Suena el pitido: mano de Montiel, hay penal, es decir, hubo gol de Mbappe. Se termina el alargue, hay tiros desde el punto penal. Francia tira primero, va la máquina.

El Dibu cierra los ojos, recuerda que hace más de un año Mbappe dijo injustamente que el fútbol latinoamericano estaba por debajo del europeo y él salió a defenderlo «Bolivia en La Paz, Ecuador con 30 grados, Colombia que no podés ni respirar. Ellos juegan siempre en canchas perfectas, mojaditas, y no saben lo que es Sudamérica».

Abre rápidamente los ojos, la máquina patea, el Dibu toca el balón, pero el teledirigido no para. Messi es el siguiente. En la larga caminata cierra los ojos. Por su cabeza pasan los las finales perdidas, el llanto, Alemania, Chile dos veces, los Messi pechofrío, los juega mejor en Barcelona, la linchada al equipo de Sabella, su voz al decir «Me retiro de la selección»… Pero una imagen le hace abrir los ojos, un niño al que le preguntan:

– ¿Cuál es tu mayor sueño?

– Mi sueño es jugar el Mundial.

Abre los ojos frente a la bola y golpea. Golpea como deseando meter esos penales importantes que erró y que no lo dejaron ser en totalidad. Pero aún no acaba el partido. El Dibu con los ojos bien abiertos mira a Coman, y decide que lo va a atajar, porque así lo quiere el destino y porque así lo quiere él. Argentina con ventaja, sigue Dybala. Al cerrar los ojos se ve en rueda de prensa hace unos años «Es que jugar con Messi es difícil», esas lesiones que lo alejaban de la selección, de la hinchada, de ayudar con su fútbol. Pero no importa él también abre los ojos, y se da cuenta de que tiene una responsabilidad, de que el equipo lo respalda y de que la grada lo necesita.

Con descaro, porque es Paulo, le pega al centro rastrero y entra. El Dibu mantiene su mirada firme, tanto que intimida Tchoumeni que era el siguiente en patear. Entraba con cara de sobrado al área, pero el gol lo erró. Paredes con los ojos cerrados recorre el camino al Mundial y lo único que le muestran sus parpados es a Di María corriendo después de hacer un gol a Brasil. Ahora otra copa los espera. Con fuerza patea y entra. El próximo es Kolo Muani para Francia, el Dibu le ha atajado al minuto 120 con la pierna, y ahora quiere venganza, cobra con decisión arriba duro y es gol.

El último penal es para Montiel. Todo o nada, Argentina campeón, u otros dos penales. La hinchada cierra los ojos, Montiel hizo el último penal, le quitaron un gol en la libertadores 2020, perdió la titular con Molina en la selección; todo indica dos penales más. Pero Montiel no cierra los ojos. Se aferra a su mirada para confrontar el destino, ese destino tan esquivo a grandes generaciones, ese destino tan triste, tan sufrido, tan doloroso.

Empieza la carrera, cada uno de sus pasos mueven los corazones en círculos y espírales, aterra que no haya cerrado los ojos, se pregunta porqué no le pega primero Lautaro, hay preocupación, van a reventar, levan súplicas y rezos… y Montiel le pega. Solo en ese momento cierra los ojos y recuerda la voz de su técnico hace cuatro años; «Cierren los ojos e imagínense, la vida te pone a prueba, si nos hubiera tocado perder el partido, el dolor que estaríamos sintiendo en este momento. Ahora abran los ojos y vean a su alrededor, vean, vibren y sientan en su corazón que ganamos la final más hermosa del mundo».

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